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miércoles, 18 de noviembre de 2009

Los Cometas en el Arte

Se puede leer en Caos y Ciencia bajo el título Los Cometas en el Arte, lo siguiente:

Anthony Baillard

18-11-2009

Traducción: Annia Domènech


Los astrónomos del siglo XXI piensan que los cometas proceden de la Nube de Oort, una especie de alacena llena de cometas situada en la periferia del Sistema Solar, unos cientos de veces más alejada que Neptuno.

De tanto en cuanto, una perturbación gravitacional libera a un cometa, y éste adopta una órbita elíptica en torno al Sol. Debido a sus largos períodos orbitales, y contrariamente a otros fenómenos astronómicos, los cometas son visibles durante varios meses y pueden recorrer grandes regiones celestes. No resulta por ello sorprendente que innumerables observadores se hayan obsesionado a lo largo de los siglos por su belleza y se hayan dedicado a atribuirles significados diversos, con mayor o menor rigor científico.

Hasta el siglo XVIII los cometas eran con frecuencia confundidos con otros fenómenos, por ejemplo las lluvias de meteoros, los bólidos o las auroras boreales. De hecho, cuando un fenómeno de brillo excepcional tenía lugar en el cielo, se hablaba de un cometa o, en el poético estilo de la Edad Media, de una “antorcha del Sol”.

En la Antigüedad, los habitantes de Mesopotamia fueron los primeros en desarrollar una especie de astrología relacionada con el bienestar de su reino. Y los griegos nos legaron la palabra kom?t?s, cuyo significado literal es “de cabello largo”. En su Meteorológica, Aristóteles explica que los cometas son exhalaciones del Sol que evolucionan en las capas más altas de la atmósfera y tienen una repercusión directa en el planeta y la vida. Por dicha razón, fueron considerados como anunciadores de desgracias en la existencia de los hombres y en su territorio.

Un viejo poema clama lo siguiente:

Eight things there be a comet brings
When it on high doth horrid rage:
Wind, Famine, Plague, and Death of Kings
War, Earthquake, Floods, and Doleful Change.

(Un cometa trae ocho cosas
Cuando está arriba provoca horrible furia:
Viento, Hambre, Plaga y Muerte de Reyes
Guerra, Terremoto, Inundaciones y Triste Cambio.)

El cometa del año 48 a.C. hizo que Plinio el Viejo afirmara que “la guerra entre César y Pompeya es un ejemplo de los efectos terribles que siguen a la aparición de un cometa…”. Tiempo después, en la traducción por Alejandro Pope (1688-1744) de la Ilíada de Homero se lee “La estrella roja, que desde su cabellera llameante arroja enfermedades, pestilencia y guerra…”.

El nacimiento y el fallecimiento de los reyes, su acceso al poder o su caída podían augurarse a partir de las apariciones de cometas, que en ocasiones, y a conveniencia, se inventaban. Con el cristianismo esta superstición se amplió y los cometas se convirtieron en el signo de la cólera o bendición divinas. En algunas representaciones de Cristo se utiliza esta simbología (con la confusión habitual entre cometas y meteoros) para anunciar la trágica muerte del Rey de Reyes.

En el umbral del siglo XIV, comenzó la observación de cometas de un modo más científico y objetivo. Sin embargo, la superstición persistía. En el siglo XV, en el manuscrito de Beauchamp Pageant se relacionaban las guerras rebeldes de los galos con el paso del cometa de 1403. Y el poeta Torquato Tasso, en su famosa obra “Jerusalén libertada” (canto VII) escribió:

Qual con le chiome sanguinose orrende
splender cometa suol per l'aria adusta,
che i regni muta e i feri morbi adduce,
a i purpurei tiranni infausta luce;

(Como un cometa brilla con su aire
Caliente con la cabellera sangrienta y horrible
La que cambia el reino y trae enfermedades
Luz púrpura funesta para el tirano;)

El siglo XVI anuncia una nueva era científica con la condena de la astrología por Lutero. La antigua clasificación de los cometas se actualiza y es ilustrada suntuosamente en un tratado científico Des comètes et leurs signifiance... selon Ptolémée, Albumasar, Halij Aliquind et autres astrologues (De los cometas y su significado… según Ptolomeo, Albumasar, Halij Aliquind y otros astrólogos). Pero todavía se encuentra en ella un remanente de las creencias de los siglos precedentes.

El nacimiento de la ciencia moderna en el siglo XVII y la introducción del telescopio provocan una revolución. A finales de siglo, Newton y Halley, los dos padres de la cometología, elaboran sus teorías y muestran que los cometas son objetos que gravitan en torno del Sol. Pero el nuevo conocimiento científico influyó muy lentamente en las creencias populares y el cometa de 1680 se asoció, por ejemplo, a una predicción del famoso Nostradamus.

En el siglo XVIII, la teoría newtoniana de la gravitación fue validada por la predicción de Halley sobre el retorno de “su” cometa. Había quedado demostrado que son objetos celestes y los viejos miedos nacidos con Aristóteles fueron rápidamente reemplazados por uno nuevo: el de una colisión con la Tierra. En 1773, Joseph Jérôme de Lalande aportaba una base científica en sus Réflexions sur ces comètes qui peuvent approcher la Terre (reflexiones sobre los cometas que pueden acercarse a la Tierra).

Un siglo más tarde, la mejora de los telescopios y el gran interés que despertaba la mecánica celeste permitió comprender la naturaleza de los cometas y diferenciarlos de los meteoros, los meteoritos y los asteroides. En 1882, Sir David Gill toma la primera astrofotografía de estos cuerpos durante el paso del cometa Halley. Hacia finales del XIX, la simbología asociada a ellos cambia alejándose de los miedos medievales relacionados con la guerra, la peste y los males de la Humanidad, y acercándose al romanticismo: la melancolía, el sexo, la trivialidad o la fragilidad de la existencia humana. Esto se percibe en el cuadro Les étoiles filantes (Las estrellas fugaces) de Jean-François Millet o en Paradiso (canto XXIV) de Dante:

Cosí Beatrice; e quelle anime liete
si fero spere sopra fissi poli,
fiammando forte a guisa di comete.

(Así Beatriz; y aquellas ánimas alegres
se cambiaron en esferas sobre fijos polos,
llameando fuerte, a guisa de cometas.)

El cuadro de James Smethon sobre la leyenda de Excalibur es representativo de esta época de transición puesto que los símbolos ancianos continúan apareciendo en las obras artísticas, más como referencia a los maestros que como resultado de una creencia real.

Desde comienzos del siglo XX los descubrimientos en Física asombran a los creadores, y estos utilizan los cometas para sugerir el misterio de las fuerzas cósmicas así como el asombro que provocan, como hace el pintor Charles Burchfield. A partir de ese momento, es principalmente la belleza de los cometas la que inspira a los artistas, como en el conocido collar de Chanel o las esculturas de Rivière. Y en los años ochenta estos cuerpos se introducen con fuerza en la cultura popular, por ejemplo en los videojuegos como Shadow of the Comet (La sombra del cometa), en el cual la llegada del mencionado cometa anuncia la venida de una divinidad monstruosa a la Tierra; o en los juegos de rol como Bitume, que imagina que el paso del cometa Halley en 1986 provoca cataclismos y una epidemia que diezma la población mundial.

El miedo a la colisión ya no puede disociarse de ellos, tanto en el ámbito artístico como en el científico. Se llevan a cabo misiones internacionales encargadas de vigilar los pequeños cuerpos del Sistema Solar que podrían un día encontrarse en la trayectoria de la Tierra, circunstancia reproducida en numerosas obras de ciencia ficción, entre ellas la película Armageddon, de Michaël Bay.

La historia de los cometas que se ha contado está lejos de ser exhaustiva. Muestra, sin embargo, que a partir del momento en el que el ser humano elevó su mirada al cielo no le han dejado nunca indiferente. Desde la Antigüedad, cuando se les atribuían poderes sobrenaturales y maléficos, hasta hoy, cuando todavía poseen una fuerte carga simbólica, han inspirado a los artistas, los poetas, los científicos y los soñadores. No hay duda de que continuarán haciéndolo en un futuro.

Bibliografía:Olson, Roberta J.M.: Fire and Ice: A History of Comets in Art; National Air and Space Museum, Smithsonian Institution; Walker and Company, 1985.